Ejercicios Espirituales: “Detrás de cada oración hay una historia personal y un Dios que habla sin obligarte a escucharlo”



“Venid conmigo a un lugar tranquilo”. Jesús invita a sus discípulos en varias ocasiones a parar, a separarse, a tomar distancia. Para orar y comprender mejor la voluntad de un Dios que no cesa en su intención de hablarnos a cada uno. Y es la oración vivida, el lugar de encuentro con el Señor que requiere “estar atentos a su escucha, esperando su venida para recibirlo, para estar con él” como quien se encuentra con un amigo con el que necesita hablar serenamente y a solas y que sabemos que nos ama tal como somos.
Una conversación de dos pero que quizá deba ser más suya –de Dios- que nuestra pues eso nos ayuda a “Mirar con nuevos ojos; pasar por el corazón el mundo que antes daba por sabido”. Dejar que nos hable, que nos sitúe; eso es lo que hemos hecho buceando en el evangelio que sigue situando nuestras inquietudes y cuestionando nuestras certezas. Como los discípulos de Emaús, muchas veces andamos enfrascados en nuestra vida, en “lo nuestro” y en ese ritmo atronador que nos arrolla. Y entre tanto el Señor se cruza, permanentemente, pero con rostros diversos y situaciones inesperadas. Corremos el riesgo de creernos sabedores del final de la historia, de querer ser los narradores principales y que andemos tan focalizados en nuestro discurso que la vida y Dios mismo nos pasa por los lados sin siquiera apreciarlo.
El adviento también es tiempo para la conversión que no es otra cosa que dejar de darle la espalda a Dios y darnos la vuelta para mirarlo a los ojos y escuchar su palabra. Pues cuando Dios habla, su palabra no deja indiferente. Le pasaba a sus discípulos y a las multitudes que lo siguieron. Y nos sigue pasando hoy a nosotros que, cuando callamos nuestra palabrería, vemos que el Señor da respuestas inesperadas y se hace presente en lo concreto. Y es que los protagonistas de la historia no somos nosotros. Como no lo eran los discípulos en su camino a Emaús y corremos la tentación de creérnoslo. No se trata de “yo”, de mi mérito… en todo caso será algo en plural; nosotros.
Reconocer al Señor en lo concreto es vivir expectante y abierto a su presencia. Es querer pringarse con agrado en “los marrones del Señor”. Una vida al servicio sustentada en el amor personal de Jesucristo que se hace vida cada Navidad naciendo pobre y sin hogar; en un pesebre. Una esencia que hemos podido revivir en comunidad Spínola compartiendo la eucaristía. También, como los discípulos de Emaús hemos podido reconocerlo al partir el pan.
Detrás de cada oración hay una historia personal y un Dios que habla sin obligarte a escucharlo. Ha sido bonito ver a un grupo tan vivo de esta familia Spínola ponerse en presencia del Señor, abiertos a su palabra.
Ojalá que su llegada, la de un Dios que se hace niño entre nosotros, encuentre hogar y acogida en cada uno pues no nos dejará indiferentes a nosotros pero tampoco a los que nos rodean. Cuando el Señor toca su alegría se proyecta y se contagia.
Ahora toca seguir, porque es nuestro…tiempo”.

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